Las rosas de la resistencia nacen del asfalto… vamos a hacer política,
vamos a resistir, vamos a dar la cara.
Marielle Franco
Un nuevo 25 de noviembre nos convoca, no solo como mujeres trabajadoras y sindicalistas, sino también como integrantes y hacedoras de una sociedad en la que la educación tiene una función y responsabilidad decisiva en la construcción de ciudadanía.
La violencia contra las mujeres no es un fenómeno aislado, es una trama estructural, cultural, histórica y política; por eso debemos abordarla desde todos los frentes: sindical, colectivo, laboral y educativo. Como señala la Ley de Educación Sexual Integral (26.150), la escuela tiene la responsabilidad de “garantizar la formación integral que promueva actitudes responsables ante la sexualidad”, y eso implica trabajar todas las formas de violencia de género y las relaciones de poder que las sostienen.
Hagamos un ejercicio de memoria histórica: podemos pensar hoy a las Hermanas Mirabal como un fundamento político y, a su vez, pedagógico. Patria, Minerva y María Teresa Mirabal fueron asesinadas por un Estado que entendía que las mujeres organizadas representan una amenaza para las estructuras de dominación. Su historia no solo nos convoca como mujeres sindicalistas docentes, sino también como contenido pedagógico imprescindible, necesario y complementario de otros tantos que nos atraviesan.
Como docentes, tenemos una herramienta valiosísima: la ESI como marco legal que nos ordena y habilita para que la escuela promueva la “perspectiva de derechos y el reconocimiento de las desigualdades”. En este sentido, la historia de las hermanas Mirabal nos permite ver cómo la violencia contra las mujeres es un acto político y cómo la resistencia y la lucha se construyen colectivamente.
Como afirma Marcela Lagarde, “el feminicidio es un crimen de Estado porque ocurre ante la indiferencia, la omisión o la colusión de las instituciones”. Usemos esta idea como una lente mediante la cual busquemos comprender, explicar y actuar contra las violencias que atraviesan la vida social. No somos “casos aislados”. La lucha de las mujeres organizadas nos ha permitido atravesar los espacios de trabajo, política y escuela con otras miradas e intervenciones, pero no es suficiente. No alcanza. Las múltiples violencias contra las mujeres —físicas, económicas, políticas, simbólicas, laborales y digitales— no se aprenden en un día, se incorporan culturalmente; y es ahí donde la escuela y las/los docentes tenemos un papel estratégico; porque, como señala la Ley ESI, la escuela debe promover la “igualdad de trato y oportunidades para varones y mujeres”, lo que implica trabajar con estudiantes, familias y entre pares docentes para deconstruir prácticas naturalizadas.
La dominación se sostiene muchas veces en violencias suaves, invisibles, insensibles, naturalizadas en los comportamientos cotidianos. Según (Pierre) Bourdieu, si la escuela reproduce, cuestiona o transforma los imaginarios sociales, nuestro deber es intervenir sobre estereotipos, roles y mandatos. La ventaja de saber qué y cómo hacer desde nuestra tarea, en el aula en la escuela, en las organizaciones nos habilita a intervenir sin miedo, juntas y organizadas.
Como sindicalistas docentes, denunciamos la desigualdad laboral y sus consecuencias para un colectivo cuyo mayor porcentaje de conformación es de mujeres. En este doble juego en el que podemos desplegar nuestra tarea organizada, hablar, mostrar y discutir esa desigualdad puede convertirse también en un contenido que ayude a comprender por qué las mujeres enfrentan mayores barreras en el mercado de trabajo y cómo la organización colectiva es el camino. Contrariamente a lo que nos propone el gobierno de Javier Milei, cuando naturaliza los efectos de la violencia política, haciendo gala de una pedagogía de la crueldad, subestimando la lucha de las mujeres, nosotras podemos hacer de la escuela un espacio en el que se juegue la posibilidad de tomar la palabra y construir decires nuevos; la escuela como espacio para enseñar, aprender, hablar, participar, discutir y pensar críticamente. La escuela no es neutral: es un espacio de construcción política.
Por todo esto, hoy volvemos a reclamar formación docente continua, gratuita y en servicio, paritarias libres y presupuesto educativo, porque –como indica la Ley de Educación Nacional– el Estado es responsable de “brindar una formación ciudadana comprometida con los valores éticos y democráticos de participación, libertad, solidaridad, resolución pacífica de conflictos, respeto a los derechos humanos, responsabilidad, honestidad, valoración y preservación del patrimonio natural y cultural de garantizar condiciones para la igualdad educativa”. En este contexto de recortes, discursos negacionistas y desmantelamiento de políticas públicas, reafirmamos que la ESI es una política de Estado, no un proyecto partidario.
Finalmente, nos convocamos a pensar un día como hoy en clave de perspectiva de género: la violencia se desarma con más organización, más conciencia, más ética política, más derechos y más educación.
Desde nuestra bandera de Ser Sadop en la escuela y la escuela en Sadop, reafirmamos la vocación de formar ciudadanía, cuestionar desigualdades, enseñar y ejercitar la participación y habilitar todas las voces y la palabra colectiva; y reclamamos, porque tenemos la certeza de que es así, que la escuela necesita políticas de Estado, no discursos violentos ni recortes que profundicen el ejercicio de las violencias.
Este #25N repetimos: la escuela que educa en igualdad ejerce la justicia social. En este día reconocemos el papel fundamental de las docentes en la construcción de una sociedad más justa y equitativa.